De repente sentí ganas de hablar con la dependienta. Como un borracho que habla con el camarero en la barra de un bar. Por soledad, por desahogarse, por tener un poco de
conversación con alguien a quien le das igual. No me gusta repasar mi vida, lo que tengo, lo que no, lo que deseo y lo que soy capaz de conseguir. No me vale eso de que todos somos capaces, de que querer es poder, no, a mi no me vale. Pero si me pongo a ello, puedo poner el ejemplo de que no tengo algo que casi todas las mujeres tienen. No tengo amigas. Es cierto que lo compenso con amigos, pero son ciertamente especiales estos amigos, por buenos y por las circunstancias que rodean nuestra amistad.
Soledad, hay tantas maneras de estar solo.
No envidio a las mujeres con cientos de amigas, no echo de menos las confidencias, ni salir a comprar trapitos, ni intercambiar un bolso o unos zapatos para una ocasión especial. Yo hago todas esas cosas sola, como puedo, y para los trapos he descubierto lo maravillosas que pueden ser las dependientas. Te aconsejan, buscan las tallas sin problema, te dicen lo delgadísima que estás, y cuando te marchas les pagas... y ya no le debes nada. Nunca le fallarás, a menos que no te lleves todo lo que te has probado, pero aun así, siempre se despedirán con una sonrisa.
Ayer me compré una talla 36, cuando uso una 40 o 42. ¿Cómo hizo el milagro la dependienta? No lo sé, pero en esos momentos me hizo sentir muy bien, tanto, que fue como si me acompañase mi mejor amiga.
Me pregunto si todavía cabré en el pantalón....